Era un partido de fútbol de niños entre 12 y 14 años, algo que a simple vista puede ser positivo, pero que a veces “las aficiones”, las familias, consiguen que el momento se tense y se pierda el objetivo en sí.
Pues bien; estos señores, (encantadores, por cierto) hablaban entre ellos de lo bien, o lo regular que lo estaban haciendo. Comentaban quien corría más, quién tenía más fuerza, mejor toque de balón etc., etc., etc. Yo miraba de reojo como conversaban con sus sombreros y sus bastones. Tengo que reconocer que estuve mirándolos casi demasiado tiempo, porque me encantaba lo que estaban diciendo y el tono que estaban utilizando. Ellos simplemente charlaban sobre como los chavales estaban disputando un partido.
Llegó un momento en el que les pedí permiso para fotografiarlos. Me miraron con una sonrisilla pensando… ¿por qué?, y se lo expliqué. Me encantaban ellos, allí. En el campo de fútbol de su pueblo. Con sus vecinos, animando a los chavales, pero no a los suyos, a todos. Animando con su presencia y con sus palabras a los dos equipos. Toda una lección para muchos familiares que pierden el norte con los comentarios y aptitudes que adoptan delante de los jugadores. Esos jugadores que deberían aprender a respetar al rival, como les dice el entrenador, pero que en algunas ocasiones los familiares ven como si fuesen el enemigo.