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Titiriteros

Vivimos en un país donde los niños pueden ver sangrientos espectáculos donde unos pobres animales son salvajemente torturados, así que no se a qué viene tanto escándalo por unos títeres que, como hacen habitualmente los títeres, resuelven sus problemas a cachiporrazos.

Puede que el contenido político de la obra sea considerado para algunos como completamente inapropiado. Para mí que crecí con la televisión de La Bola de Cristal y tras comprobar que entre las personas de mi generación no se aprecia ningún defecto apreciable que pueda deberse a oír las soflamas de La Bruja Avería a favor del mal y del capital, me parece mucho más grave el adoctrinamiento más sutil pero efectivo que la televisión actual hace para introducir a nuestros tiernos infantes con programas de televisión orientados directamente a la venta del merchandising y a la asunción acrítica de su papel como consumidores pasivos e individualistas. En definitiva, que no soy yo quien para juzgar si el susodicho espectáculo era adecuado o no para niños. Los niños pueden ver todos los días en televisión a horarios completamente inapropiados todo tipo de actos violentos, desde pequeños abusos, hasta auténticas salvajadas como violaciones, torturas o asesinatos, y además de eso no protagonizados por pequeñas marionetas de trapo, si no por actores de carne y hueso que con la ayuda de los efectos especiales logran dotar a estas escenas de un gran realismo. Todo esto viene a servir para decir que si el caso de los Titiriteros de Madrid hubiera quedado en una polémica sobre lo apropiado o no del contenido, todas mis opiniones aquí vertidas podrían ser debatidas y respondidas.

Pero lo que no es debatible es que el contenido de esta obra sirva para meter en la cárcel a estas dos personas, acusándolas nada más y nada menos que de un grave delito penal como es la apología del terrorismo no es algo opinable, si no que es un grave hecho que nos demuestra una vez más que el programa neoliberal de la derecha española y europea va mucho más allá de la destrucción de los derechos laborales y sociales de la clase trabajadora. Nos quieren quitar también los derechos civiles más fundamentales como la libertad de expresión, reunión y manifestación.

Desgraciadamente una vez más, ante esta ofensiva contra los derechos fundamentales, lo que más preocupa, como diría el Dr. King, es el silencio de los buenos. La de los políticos y periodistas que se ponen de perfil para evitar el desgaste que apoyar a alguien acusado de terrorismo les puede suponer y la de una mayoría silenciosa que está adormecida porque el asunto no va con ellos.

Esta vez han ido a por los Titiriteros. Nosotros que no somos titiriteros podemos, como en el poema de Niemöller, no protestar y esperar a nuestro turno cuando ya no quede nadie que proteste o podemos alzar nuestra voz en defensa de los Titiriteros y de su libertad de expresión que es en definitiva es la nuestra. 

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