Carnicería De La Rosa - Fuente Palmera

La belleza de nuestro pueblo

Los pueblos de nuestra Colonia son muy similares: estructurados alrededor de una plaza, han crecido de una manera desigual, no habiéndose cuidado el crecimiento urbanístico de una manera ordenada, a pesar de haberlo podido hacer; por lo que se puede decir que no tienen el encanto de las poblaciones con siglos o milenios de historia.

Conociendo que la Colonia, gracias al moderno plan de regadíos con el que fué beneficiada al comienzo de los años 80, estaba destinada a ser una especie de California de Europa, deberían haber previsto el crecimiento poblacional y haber llevado a cabo una ordenación urbanística acorde con los tiempos modernos: amplias calles, provistas de mejores servicios e infraestructuras, creciendo uniformemente en las tres dimensiones, etc, etc. Lamentablemente todo se hizo al revés: calles estrechas, mal iluminadas, aceras mínimas, obstáculos, crecimiento alargado principalmente en un sentido y permitiendo las mayores alturas en los edificios céntricos, destruyendo la idiosincrasia de las casas antiguas de estilo colonial que le daban encanto al núcleo central, abundancia de cables en las fachadas, etc, etc.

Aún así, nuestros pueblos tienen su encanto, gracias a las personas que los poblamos.
Pero aún tendrían mayor atractivo si los vecinos cuidáramos lo que podemos y enseñáramos a nuestros descendientes a cuidar lo que es de todos.

Hace tiempo que quería escribir sobre esto. En estos días, en el programa de Antena 3, El hormiguero, el personaje invitado era Jeremy Irons, un actor extraordinario que comenzó a conocerse con la magnífica película titulada LA MISIÓN. Me llamó la atención algo que había hecho en un aeropuerto y que no era la primera vez que llamaba la atención con un gesto que muy bien podría extenderse a todos los vivientes y en especial a los colonos: se encontraba en un aeropuerto en tránsito para hacer un transbordo y tenía que esperar varias horas, sin hacer nada. En las dependencias transitables del aeropuerto había mucha suciedad, muchos papeles en el suelo, bolsas, cajas, plásticos, botellas, etc. Jeremy, ni corto ni perezoso se dirigió al cuarto donde guardaban los aperos de limpieza y salió del mismo con el carrito típico con escoba y fregona y se puso a recoger basura y a limpiar, ante la sorpresa de los allí presentes.

Cuando paseamos por nuestros pueblos vemos con pena y desesperación la suciedad de las calles, en las que se acumulan botellas de plástico o de vidrio, envoltorios, papeles, cajas de pizzas, se destrozan papeleras, y en algunas se depositan las bolsas domésticas de basura por no molestarse en andar unos metros más y echarlas en los contenedores al efecto, etc.

Los colonos podemos estar acostumbrados a la visión de este panorama de nuestras calles, porque a lo peor no nos han enseñado y acostumbrado de pequeños a colaborar en mantenerlas limpias; pero los visitantes que acuden a diario a nuestros pueblos, especialmente a los establecimientos especializados en todo lo relacionado con las bodas, se llevan una desagradable impresión de nuestras calles.
A pesar de que nuestras amas de casa hacen todo lo posible por mantener sus puertas limpias, mañana tras mañana y la máquina barredora del Ayuntamiento pasa a diario por las más céntricas calles de Fuente Palmera, somos incapaces de mantener limpia la Colonia.
¿Será posible, alguna vez, que todos nos pusiéramos de acuerdo y mantuviéramos limpias nuestras calles, dando ejemplo los mayores y llamando la atención a quién no colabore? En la escuela infantil, en el colegio, en el instituto, se puede enseñar a los niños a mantener limpio su pueblo, pero si luego no se refuerza ese compromiso, no servirá de nada y nunca conseguiremos ver nuestras calles sin suciedad.

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