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Francisco Rivero, artesano de la enea en Fuente Carreteros

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Es uno de los oficios tradicionales en peligro de extinción. Quedan muy pocas personas que se dediquen a ello, y aquí por la comarca tan solo queda Francisco Rivero Castel, que después de 57 años conociendo y exhibiendo este arte, continúa con la misma pasión con la que lo aprendió de su padre.

En un rinconcito de Fuente Carreteros vive nuestro protagonista junto a su mujer, Rosario Moreno, y el menor de sus seis hijos. Su casa tiene un pequeño porche donde da la sombra hasta las doce del mediodía aproximadamente. En esas primeras horas de la mañana es cuando más aprovecha Curro para confeccionar el asiento o respaldar de alguna silla.

Se está muy a gusto, rodeado de plantas y flores. Para cuando llegamos pasadas las 10.30 ya tiene bastante adelantado el trabajo de hoy. No necesita más espacio ni más herramientas que una cuchara, unas tijeras y un alambre. Se basta con sus manos y su destreza. Y una gran dosis de paciencia.

No en vano comenzó a aprender el oficio con 12 años. Su padre le enseñó, y a este el abuelo de Curro. “Supongo que esto viene de generación en generación”, nos comenta. Sus hermanos también lo aprendieron, pero el único que siguió con la tradición fue Curro.

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Francisco Rivero, carretereño de 69 años, y Rosario Moreno, natural de Puente Genil, tienen seis hijos y siete nietos. Salvo el más pequeño que vive con ellos, los demás están en Jaén (2), Villafranca, Fuente Palmera y Los Silillos. A excepción del mayor que reside en Torredonjimeno, ninguno de los demás quiso aprender el oficio.

Cuenta Curro que su padre también se dedicaba a hacer escobas y escobillas de blanquear de palma. Tanto una cosa como la otra significaban una ayuda para la casa cuando escaseaba el trabajo en el campo. Más o menos Curro ha seguido esa línea con la enea, porque él ha batallado igualmente toda su vida en las tareas agrícolas. Desde que se jubiló, la enea ha pasado a ser un hobby, pero todavía recibe encargos y con mucho gusto los acepta.

Los secretos de la enea

La enea es una hierba perenne provista de rizomas que puede alcanzar hasta los cuatro metros de altura. Se la conoce también con los nombres de espadaña o puros. Esta hierba florece de julio a noviembre y sus flores son poco vistosas individualmente. Crece en aguas poco profundas, tranquilas, dulce y ricas en nutrientes, por lo que es habitual verla en las orillas de los ríos, manantiales y arroyos.

“Pero tiene que haber mucha agua. Yo la he estado segando muchas veces en el arroyo que pasa por Villalón. Una vez segada hay que tenderla para que se seque, y luego es cuando me la traigo a mi casa, en la baca del coche”.

Nuestro artesano explica que la enea hay que segarla antes de que eche el puro –de que florezca-, no porque después no valga, sino para que no pierda calidad. El tiempo bueno de segarla es desde finales de mayo a finales de junio. También se puede segar después, siempre que no haya llovido, y también porque cuando llega el frío se seca y se pasa.

La enea, una vez segada y secada, se puede almacenar incluso durante varios años, siempre que no se moje. Por eso, cuando se ha confeccionado la silla, un banco o cualquier otro elemento, tampoco se puede mojar ni limpiarse con ningún líquido porque empieza a ennegrecerse y se pone muy fea, incluso llega a pudrirse.

Uno de los inconvenientes en la actualidad es que la enea empieza a escasear, “ahora limpian mucho los arroyos y se llevan por delante las raíces madre”.

Curro nos sigue explicando todo esto mientras no para de darle vueltas a la enea, entrelazarla y trenzarla para ir culminando el asiento de una típica silla de madera verde y blanca. Su habilidad hace fácil lo difícil. El remate es muy importante para que no quede ni un mínimo resquicio.

Comprobamos lo resistente que es la enea. Nos ofrece tres varas juntas y no podemos partirlas. Su durabilidad puede prolongarse varias décadas. “Tengo ahí sillas hechas por mi padre con asientos de hace más de 40 años”.

Otros ejemplos son muchas de las sillas de la Peña Flamenca Joseíto Téllez de Fuente Palmera, hechas por Curro. También eran suyas las sillas que había en el hogar del pensionista de Ochavillo del Río y hay asientos suyos en alguna caseta de la feria de Sevilla. Su fuerte siempre han sido las sillas, pero también ha hecho sofás, mesas, bancos.

Hoy en día le siguen encargando trabajos no solo para la Colonia, sino de otras localidades como Palma del Río, Lora del Río, etc. En la comarca no conoce a nadie ahora mismo que siga trabajando la enea, “antes había uno en Cañada del Rabadán, otro aquí en Carreteros, en Palma había una mujer precisamente de la familia de mi padre… la gente me dice que por estos alrededores solo quedo yo”.

Este material tiene ciertas ventajas en relación a los asientos, porque en verano no dan calor ni te pegas, y en el invierno no te da frío. Aparte, una silla o cualquier otro mobiliario hecho de enea sigue conservando su romanticismo, un aroma a autenticidad, el valor añadido de lo artesano.

Por otro lado, la enea se puede aplicar a cualquier tipo silla, sea del material que sea, pero siempre ha de tener la superficie cuadrada para que pueda agarrar.

A pesar de los años que lleva “echando enea”, como él dice, nunca ha realizado ninguna exposición ni ha dado clases a nadie a través de alguna asociación ni nada parecido. Si es verdad que le propusieron no hace mucho hacer algún curso, pero la pandemia ha frenado la iniciativa. “Yo estaría encantado de hacerlo”.

Mientras llegamos al final de la entrevista, Curro también culmina el asiento de la silla. En apenas dos horas termina el trabajo. Otras veces tarda más, otras menos, depende…, él va a su ritmo, pero puede llegar a hacer tres o cuatro sillas en el día.

Francisco Rivero Castel está disponible para cualquier tipo de encargo. Si alguien quiere revestir o renovar alguna silla con enea o necesita reparar algún tipo de mobiliario que ya la tenga, pueden llamarlo al número 619 83 46 76.

Tradición, historia y cultura se aúnan en torno a este oficio artesano del que D. Francisco Rivero Castel es uno de sus últimos maestros. Personas humildes que se convierten en personajes de pueblo admirados por sus vecinos por conservar con ilusión una de las labores más genuinas de la artesanía popular.

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