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«Fatiga pandémica». Los efectos silenciosos del Covid

Ana Adarve, psicóloga
Mi nombre es Ana Adarve Colorado, soy psicóloga especialista en Psicología Sanitaria, Neuropsicología e Inteligencia Emocional. Trabajo en la Asociación de personas con alzhéimer y otras demencias de Palma del Río (Balzheimer), y atiendo en consulta individual en el Instituto Médico Palmeño de Palma del Río y en el Centro de Fisioterapia Ana Reyes de Fuente Palmera. Asimismo, participo en un espacio de Salud Mental y en una tertulia semanal en Cadena SER Palma del Río; y llevo a cabo charlas y talleres para distintos colectivos sobre desarrollo personal e inteligencia emocional.

Hoy comienzo esta aventura como colaboradora de Fuente Palmera Información con El Diván Inquieto, un blog sobre psicología que espero les resulte interesante y útil. Como no podía ser de otra manera, la primera entrada versa sobre los efectos de la pandemia en nuestra salud mental.

«Fatiga pandémica». Los efectos silenciosos del Covid-19

La permanencia excesiva en una situación de restricciones impuestas está produciendo en la población la llamada “fatiga pandémica”, definida por la Organización Mundial de la Salud como una reacción natural y esperada a una adversidad sostenida y no resuelta en la vida de las personas. El no ver luz al final del túnel está haciendo que aparezca la desesperanza, que conduce a la apatía y la desmotivación.

Otros síntomas de esa fatiga pandémica son: tristeza, estrés, insomnio, irritabilidad, cambios de humor, problemas de concentración y episodios de angustia y ansiedad. A todo esto, hay que unir el miedo patológico a contagiarse que han desarrollado muchísimas personas.

A nuestro cerebro le gusta controlar para maximizar su rendimiento, le gusta moverse a través del establecimiento de rutinas y hábitos que garanticen nuestro bienestar físico y psicológico, y tira de todos los recursos disponibles cuando se enfrenta a una crisis. Pero si hay algo que nos ha demostrado la pandemia, es que todo escapa a nuestro control, y es ahí, donde aparece la frustración y el desequilibrio, cuando nuestro cerebro se queda sin recursos adaptativos para hacer frente a la situación.

Soledad y aislamiento en las personas mayores, muerte de un ser querido, duelos en soledad, pérdidas de empleo, problemas económicos, teletrabajo en condiciones que no son óptimas, desaparición de actividades gratificantes, imposibilidad de socializar como estábamos acostumbrados, no poder besar y abrazar como nos gustaría, no ver los rostros de las personas, miedo al contagio o a contagiar a nuestros seres queridos…etc. Situaciones todas ellas, que son un verdadero caldo de cultivo para el desarrollo de un desequilibrio emocional y psicológico.

Pero el verdadero problema aparece, cuando esa inestabilidad emocional y psicológica no es atendida en el momento oportuno, ni en las mejores condiciones, ya que la sanidad pública no da abastos para atender todos los problemas por la falta de profesionales (en España sólo hay seis psicólogos por cada 100.000 habitantes dentro del Sistema Nacional de Salud, tres veces menos que la media europea), y no todo el mundo puede permitirse ser atendidos en consultas privadas.

Esa desatención puede desembocar en que el desequilibrio emocional y psicológico se conviertan en trastornos mentales crónicos y que la persona esté medicalizada de forma continuada con todos los efectos secundarios que eso conlleva, esto sin obviar el aumento alarmante de suicidios.

Atender los estragos físicos provocados por el Covid-19 y olvidarnos de atender los estragos psicológicos, es como quedarnos a medio camino en la búsqueda de la salud de la persona. Urge que la salud mental deje de ser la gran olvidada del Sistema Público Sanitario, si no queremos lamentarlo más pronto que tarde.

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