Desde muy chiquita leí historias de princesas como Blancanieves, que era rescatada de su urna de cristal por el beso de un príncipe; o la pobre Cenicienta, que después de una vida desdichada entre escobas encontraba la felicidad en un zapato de cristal que su príncipe azul le colocaba; sorprendente la historia de la princesa que llevaba cien años durmiendo víctima de un hechizo y fue devuelta a la realidad por el beso de un príncipe. Mágica la historia de una princesa que tras dar un beso a una rana la transformó en príncipe, y no menos alucinante la historia de Rapunzel, aquella princesa de cabellos largos y mágicos.
Innumerables narraciones con un nexo en común que a modo de lazo rosado ponía colofón a la historia…”Y fueron felices, y comieron perdices”.
Pero en verdad, nadie se detuvo a escribir la segunda parte de estos cuentos infantiles. Ni los mismísimos hermanos Grimm, autores de más de 200 cuentos de hadas, sintieron la curiosidad de saber que ocurrió el día después del empacho de besos, felicidad y perdices.
Posiblemente Blancanieves, después de vivir durante tanto tiempo en el bosque junto a los enanitos, se había vuelto vegetariana y odiaba las perdices que el príncipe le obligaba a comer para ser así felices por siempre jamás. Quizás Cenicienta al día siguiente de la boda sintiese un dolor horroroso de pies y quisiese quitarse sus tacones de cristal; tal vez ni se atrevía a hacerlo por no decepcionar a su príncipe. Con seguridad, la Bella Durmiente, después de perderse cien años de vida en una siestecita, sintiese la imperiosa necesidad de correr y volar visitando países y lugares, conociendo a mucha gente y viviendo experiencias nuevas, de modo que las paredes de palacio la hacían sentir más encerrada que el cautiverio de su torre, y victima de una crisis de ansiedad acabase tomando orfidal para dormir mejor.
Pobre Rapunzel, sin atreverse a cortarse el cabello para no decepcionar al que se enamoró de ella por el brillo de su melena, desde el día siguiente a las perdices cepillando su pelo sin parar.
Nada que decir de Emeralda, después de una gran aventura por conseguir que su príncipe y ella misma, dejasen de ser ranas…En la segunda parte tal vez se despertó después del banquete de perdices y al ver a su príncipe recién levantado, prefirió que siguiese siendo una rana o soñó con convertirse en brisa marina y desaparecer envidiando el final que el escritor de cuentos Andersen dio a la Sirenita, y que por otro lado, se aleja muchísimo del final que Disney maquilló para todos los públicos.
Y es que nadie nos habló del día después, de cómo princesas y príncipes repartieron las tareas del hogar; nadie nos contó quien cocinó las perdices, ni quien se levantó por las noches a cuidar a los pequeños principit@s fruto de tanto besuqueo y felicidad.
En realidad tampoco sé si los príncipes dejaron estudiar a sus princesas felices o si el sueldo en sus reinados era el mismo para salvador y salvada.
Me encantaría saber si ese felices por siempre jamás se refería a que los príncipes azules compartieron, convivieron, respetaron… porque nunca nadie me contó la historia de la princesa de cuento de hadas divorciada, ni el de la trabajadora autónoma o el de la madre de familia numerosa.
Estos son cuentos que la vida me mostró en el día a día.
El sorprendente cuento de la madre de familia mileurista que hacia magia para mantener a su familia. O la increíble historia de la princesa víctima de violencia de género que tuvo que abandonar su ciudad para protegerse de su príncipe maldito. Muy conocido es el cuento del Hada que con besos y caricias de sana sanita cura las dolencias de sus hijos. Mundialmente conocida es la narración de la intrépida princesa que trabajaba fuera de casa, cuidaba de sus hijos, mantenía a punto todo y aun así disfrutaba de algunos ratitos libres para llevar a sus pequeñines al parque.
Toda una tradición es el cuento de la princesa de pelo largo que aprovecha el ratín en que sus hijos están en la biblioteca para ir a teñirse a la peluquería o el de la princesa que soñaría con una siestecita de cien años en una torre sin tener que levantarse a dar una vuelta a sus hijos dormidos o no.
Y es que cada mañana contemplo la historia de hadas de las princesas que van soltando a sus hijos de colegio en colegio con las mochilas y las meriendas a punto, dejando el coche arrancado en la puerta de cada cole para arañar unos segundos al sinsentido del tiempo y poder llegar a su trabajo sin perder la sonrisa ni despeinarse. Es la misma historia de las princesas que a medio día recogen a sus hijos, preparan la comida, recogen la casa, hacen la compra y la cena mientras recuerdan cosas pendientes para el día siguiente y aun así logran llegar a tiempo al parque y al baño de sus hijos, incluso dedican otro rato a ir a yoga, pilates y otras actividades a las que llegan con la lengua fuera.
Estas son las princesas de cuento de Hadas a las que hoy quiero dedicar esta entrada y toda mi admiración, porque para mí son verdaderas heroínas; ágiles como Rapunzel, bellas como la durmiente, dulces como Blancanieves, persistentes como Emeralda, equilibristas como cenicienta y brisa fresca como la sirenita. Mujeres que cada día son más libres y que saben caminar en manada.
Feliz 8 de marzo a todas las mujeres de mi vida. A todas las que trabajan incansables para hacernos felices.