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El 27 de noviembre los Maestros celebrábamos la fiesta de nuestro Patrón

SilillosTubio1967

El 27 de noviembre celebrábamos los maestros la festividad de nuestro patrón San José de Calasanz, efemérides que como tantas otras, han desaparecido.

SilillosTubio1967Escuela de Silillos en 1967, con Francisco Tubío de maestroEn la actualidad las fiestas de San José de Calasanz, Santo Tomás de Aquino y San Juan Bosco, se han unificado en el “Día de la Comunidad Educativa”, que este curso se celebrará el próximo 2 de marzo.

Todavía mi promoción de compañeros que terminamos Magisterio el año de 1963, nos juntamos en torno a esta fecha para celebrarlo, este año será el día 29, y sobre todo pasar un rato juntos.

Este santo aragonés (1516-1648), que fundó en Roma las escuelas pías o de los niños pobres (conocidos por los escolapios), había nacido en Peralta de la Sal. Estudió teología en Valencia, y se hace sacerdote pese a ser el primogénito y heredero familiar. Marchó a Roma donde fundó sus escuelas para niños necesitados.

Hasta la transformación urbana e industrial de España, la enseñanza elemental estaba en manos de los maestros, hombres mal pagados, que a menudo representaban la razón y la libertad frente al dogma y al rancio clasismo.

Las disposiciones del Concilio de Trento habían llevado al campesinado católico a la visita de misiones apostólicas y al aprendizaje del catecismo bajo la dirección del párroco. Mas la alfabetización de las masas y la educación pública tutelada por el Estado no se planteó hasta el asentamiento del régimen liberal.

De esta forma, en 1857 se aprobó la ley de instrucción pública, apadrinada por Claudio Moyano, que contemplaba el establecimiento de escuelas primarias en todos los pueblos del reino y de otros centros y universidades, aunque dada la naturaleza de un sistema en el que estaba vigente el sufragio censitario, se distinguía entre la gratuidad de la escuela elemental y el costeo de la secundaria por las clases medias.

Casi un siglo antes, concretamente en 1767, los hombres ilustrados que formaban gobierno con Carlos III se habían adelantado a la ley Moyano, redactando un artículo del Fuero para las Nuevas Poblaciones de Andalucía y Sierra Morena que decía: “Todos los niños han de ir a las escuelas de primeras letras, debiendo haber una casa en cada Consejo para los lugares de él; situada cerca de la iglesia, para que puedan aprender la Doctrina y la Lengua Española a un tiempo”. Aquí en La Colonia, Juan Bautista Claudel fue el primer Maestro, a la vez, era sacristán.

En 1880 el Supremo Consejo de Castilla sancionó los estatutos del Colegio Académico del noble Arte de primeras letras por el que se organizó el trabajo semanal de las escuelas de primeras letras.

Las clases permanecían abiertas de lunes a sábado de dos a cinco de la tarde, cerrándose dos tardes, la del jueves y sábado para que los maestros participaran con sus pasantes o maestros aprendices, y en verano de cuatro a siete, en la academia o en ejercicios académicos para que adelantaran o perfeccionaran su arte o ciencia debatiendo las cuestiones más relevantes de su práctica.

En esta tesitura de debate entre grupos sociales y de confiscación cultural de los más pobres, cobró vida la profesión y vocación del maestro de escuela, cuyo rol rebasaba el proceso instructivo para integrarse en las llamadas fuerzas vivas de la comunidad.

Esta proyección de la autoridad moral del docente, que se agudiza en el medio agrario, contrastaba con una acusada precariedad material. La frase “pasas más hambre que un maestro de escuela” ha pervivido en la mentalidad de todos.

Ahora bien, el maniqueísmo profesional siempre rondaba a los maestros de pueblo, que ejercían su actividad lectiva en un aula y daba cabida a niños de todos los niveles educativos a los que se les enseñaban los rudimentos de la lectura, la escritura y el cálculo por las cuatro reglas y por el procedimiento memorístico.

Con el inicio del siglo XX, el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes sentó las bases para dignificar el oficio, al exigir titulación, garantizar la estabilidad en el empleo y regular los honorarios. No obstante, no fue tarea fácil desarraigar el tipo de docente tan autoritario como desmotivado, ni la inclemencia de la clase, mal dotada, insalubre y carcelaria.

Azorín evoca con amargura sus recuerdos infantiles de la escuela de Monóvar: “porque este maestro que me inculcó las primeras letras era un hombre seco, alto, huesudo, brusco de palabras, con unos bigotes cerdosos y lacios, que yo sentía raspear en mis mejillas cuando se inclinaba sobre el catón para adoctrinarme con más ahínco”.

Las voces críticas que se alzaron contra ese estado de cosas, procedentes de sectores sociales progresistas y grupos políticos reformistas, coincidieron en la necesidad de modernizar la escuela en sus instituciones, métodos y materiales a través de la Institución Libre de Enseñanza.

Cuando inicié mi docencia, allá por el año 1963, el maestro se había convertido en un rescoldo del pasado, mudando sus funciones y valores a la par que lo habían hecho el sistema educativo y la sociedad misma pero manteniendo su cualidad de engarce generacional y transmisor del conocimiento en pueblos y aldeas amenazados por la despoblación y el olvido.

En la actualidad, la docencia se ha colectivizado, y ha desaparecido esta figura de “Maestro rural”, y son un grupo de profesores, por muy pequeño que sea un pueblo, los encargados de educar a la población infantil.

FRANCISCO TUBÍO ADAME

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