El psicólogo y filósofo Williams James decía “El hombre, es una gota de razón en un océano de emociones”. Efectivamente, las emociones juegan un papel fundamental en nuestro día a día, en nuestra relación con el entorno y con los demás; prácticamente todas las acciones que desarrollamos a diario están mediadas por una emoción.
Asco, miedo, rencor, envidia, orgullo, alegría…etc., no hay emociones negativas o positivas, simplemente hay emociones que nos ayudan a desenvolvernos de manera efectiva, es decir, tienen una función adaptativa. Absolutamente todas las emociones nos envían un mensaje para que actuemos de una manera determinada, por lo que es vital saber gestionarlas de manera adecuada para mantener nuestro equilibrio mental y para protegernos de posibles peligros.
El malestar o desequilibrio psicológico del ser humano proviene en gran medida de cómo interactúa en los distintos ámbitos de su vida (relaciones familiares, relaciones de pareja, relaciones laborales, relaciones sociales, relación consigo mismo y relación con el medio); por lo tanto, si en esas relaciones juega un papel tan importante la gestión emocional, ¿no debería implementarse en el sistema educativo como una asignatura más? Un expediente académico brillante no garantiza el éxito laboral, y desde luego, no garantiza el éxito personal, que sin duda están más mediados por las habilidades sociales y comunicativas.
Pero, ¿Qué es la gestión emocional?
La gestión emocional es desarrollar la capacidad de identificar, interpretar, aceptar, expresar y controlar las emociones para actuar en cada momento de la forma más adaptativa posible, obteniendo el mayor beneficio posible de esas acciones y siempre respetando a los demás.
Entre los beneficios más importantes de la gestión emocional se encuentran: establecer relaciones sanas, desarrollo de la autoestima, mejora en la toma de decisiones, mejora en las habilidades sociales y comunicativas, mejora en la resolución de conflictos y prevención de la ansiedad y la depresión.
En los últimos años ha habido un aumento realmente preocupante del número de adolescentes y jóvenes que asisten a terapia con problemáticas como la ansiedad, depresión, baja autoestima, fobia social, inadaptación al medio, pérdida de identidad…etc., con un aumento también realmente alarmante del número de suicidios, (segunda causa de muerte no natural en la adolescencia) o intentos de suicidio, lo que nos tendría que hacer reflexionar sobre lo que estamos haciendo mal.
Sin duda, habría que comenzar por educar en valores, por establecer referentes claros que orienten a niños, adolescentes y jóvenes en esta complicada odisea que es la vida, y que les ayude a protegerse del vacío existencial al que irremediablemente nos invita esta sociedad donde importa más el “tener” que el “ser”, y desde luego, en todo esto es fundamental la implicación de padres y profesores, y la inteligencia emocional una herramienta necesaria.
Me gustaría terminar este artículo con algo que dijo Peter Salovey, uno de los padres de la Inteligencia Emocional, hace ya años: Creo que en las próximas décadas veremos investigaciones bien llevadas que demuestren que las habilidades y competencias emocionales predicen resultados positivos en casa, en el colegio y en el trabajo. El verdadero desafío es demostrar que la Inteligencia Emocional importa más que constructos psicológicos que han sido medidos durante décadas como la personalidad o el coeficiente intelectual.
