Allí hizo toda la etapa de enseñanza secundaria y toda la carrera de estudios eclesiásticos. Fue ordenado sacerdote en el año 2000 y cantó su primera misa en la Plaza Real el 4 de julio de ese mismo año. Fue destinado a Lucena, donde ha permanecido doce años. Hace algo más de dos años, el Obispo de Córdoba lo llamó para comunicarle que su presencia era necesaria en la misión que la Diócesis de Córdoba tiene desde hace cuatro años en una zona de la selva peruana, en la región de San Martí y, más concretamente, en la provincia de Picota. Por tanto, Leopoldo se traslada a Perú en octubre de 2012, teniendo allí como compañero a Paco Delgado, un sacerdote que estuvo ejerciendo un año en Fuente Palmera. Leopoldo regresa la próxima semana al país andino después de disfrutar de unas semanas de vacaciones en su tierra.
– Leopoldo, ¿cómo es esa proposición del Obispo de Córdoba para marcharte a Perú?
Todo sacerdote tiene que tener un corazón para la iglesia universal y no hay sacerdote sin obispo, y nosotros dependemos del Obispo de Córdoba, somos diocesanos, que es diferente a los religiosos, que dependen de su orden, caso de los jesuitas, franciscanos, dominicos, etc. En 2007, fuimos un mes a Perú varios sacerdotes, seminaristas, seglares, etc., a tener una experiencia.
Entonces, el Obispo de aquella zona, que gestiona una región tan grande como Andalucía y Extremadura, nos dijo que tenía necesidad de sacerdotes y pidió a Córdoba que asumiera una provincia, y esa es la de Picota, que ya se considera hermanada con la Diócesis de Córdoba.Nuestra misión en Perú es un enriquecimiento, porque uno va a dar y recibe más. Sus ciudadanos nos dan lecciones de vida y de fe continuamente. A pesar de que están mil veces peor de lo que estamos en España, nos agradecen lo poquito que hacemos por ellos.
– ¿Qué imagen o momento se te queda grabado la primera vez que pisas aquella región peruana?
En 2007, nada más bajarme del avión, y lo sé porque había un muchacho grabándonos, me quedé con la boca abierta al ver la selva, esos parajes verdes, porque aquello es el Amazonas, todos sus afluentes están allí, son inmensos. Uno lo había visto en fotografías o en la tele, pero la realidad te supera. Después de sorprenderte la naturaleza, te sorprende la gente, cómo viven, sobre todo los niños, porque hay una natalidad muy grande, que eso a la vez es una riqueza y una limitación, porque están desamparados.
– ¿Cuál es tu labor concreta en la misión?
Como sacerdote, uno va a llevar el tesoro más grande, que es el Señor. Para empezar, hay que explicar que hay tres Perús: la costa, que incluye la capital, la sierra(los Andes) y la selva. Desde el año 2000, cuando acaba el terrorismo, lo de Sendero Luminoso, etc., lo que ocurre es que están emigrando de la sierra a la selva. Son gente que proviene del mestizaje de los incas con los españoles, sangre mezclada, aquel Nuevo Mundo. Son muy religiosos pero no tienen sacerdotes. En esta misión, abarcamos más de cien pueblos, algunos nuevos y otros que llevan muchos años. Lo principal de nuestra labor es ser sacerdotes. Allí celebran sacramentos muy grandes, con muchedumbre. Hacemos más de mil bautizos al año, y al no tener sacerdote fijo, tenemos que preparar a la población para los matrimonios, confirmaciones, etc. En cada pueblo tenemos una capilla o usamos los salones comunales o las escuelas.
Pero aparte de esto, lo que más me choca es el tema de la salud. Hay mucha mortalidad infantil, cualquier infección se lleva por delante a los niños. El hospital está lejos.
Es cuando te das cuenta y valoras lo que tenemos en España con la Seguridad Social. Allí es todo pagado, cuando vas al hospital, aunque sea público, tienes que comprarlo todo antes(el suero, las gasas, los guantes, las inyecciones,…). Y si no, hay que ir a una clínica privada. Eso es el que llega, porque otros mueren en el camino. Nosotros tenemos un botiquín y nos envían medicinas desde la Delegación de Misiones en Córdoba.Por otra parte, tenemos un comedor popular en Picota, ya que no hay estructuras de familia. Se tienen hijos y luego, por desgracia, no los crían los padres, o los crían los abuelos, también hay madres solteras, etc. En definitiva, hay una malnutrición y en el comedor tenemos unos cien niños y treinta personas adultas. Queremos abrir otro comedor en un distrito que tenemos a hora y media, más metido en la selva, porque los niños se tienen que desplazar andando para ir a la escuela y muchas veces vienen sin comer. En Picota también tenemos una biblioteca, allí el nivel educativo es muy bajo.
Por tanto, nuestra labor es espiritual y humana.
– Supongo que el único sustento que hay básicamente será la agricultura…
Efectivamente, allí hay tres cultivos principales. Al lado de los ríos están los arrozales, que cada día preparan más terreno para ellos, pero el problema es que llegan las multinacionales y el agricultor apenas gana algo, parecido a lo de aquí. También está el café, pero igualmente es para la exportación, y el cacao. Luego, muchos de ellos siembran en sus huertos, sobre todo plátanos, yuka, frijóles, etc. Sí es verdad que cada vez más tienen la selva arrasada, junto a las empresas madereras, pero ellos lo único que miran es su subsistencia y mientras haya selva…
– ¿Hay otras organizaciones u oenegés trabajando junto a vosotros?
En la provincia que estoy yo no. Sólo tenemos dos comunidades de religiosas que nos ayudan, las Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús, que en Palma del Río tienen la Residencia de San Cristóbal, y las Obreras del Corazón de Jesús, que es una fundación cordobesa. En otras provincias hay una delegación de Manos Unidas, una organización alemana y también las Compasionistas, que llevan una escuela de niños especiales.
– ¿Con qué medios económicos o institucionales contáis?
El Gobierno peruano nos ayuda muy poco. El ejemplo es que nos dan mensualmente para el comedor dos sacos de arroz, una caja de latas de sardinas y frijóles. Todo lo demás que nos hace falta es por cuenta de la Diócesis de Córdoba. Los proyectos que se han ido haciendo, como las capillas, han sido gracias a parroquias como la de Aguilar de la Frontera, Lucena, Iznájar. El Cabildo de Córdoba nos ayuda en el mantenimiento de camionetas y también en las capillas, además de darnos una aportación de 18.500 euros anual. Asimismo, las donaciones y recolectas en los diferentes pueblos cordobeses. Con todo esto se mantiene nuestra labor diaria en Perú.
– ¿Qué es lo que más te ha impactado en estos dos años que llevas allí?
La alegría de la gente. Hay muchos dramas, pero constantemente están diciendo «doy gracias a Diosito(mencionan a Dios en diminutivo) por regalarnos la vida». La vida la consideran un regalo grande, y pueden estar enterrando a un hijo pero siempre están orando a Dios y agradeciendo lo vivido. Eso choca con la mentalidad de España, donde nos quejamos mucho, y luego humanamente uno se rebela, yo me pregunto qué habiendo tantos medios en el mundo, por qué no llega allí lo mínimo, una simple aspirina. Por otro lado, hay un abismo en decir misa allí y decirla aquí. En España estamos mirando el reloj. En Perú acaba la misa, digo podéis ir en paz y se vuelven a sentar, diciendo, «padresito háblanos más». O, por ejemplo, he terminado de hacer 15 bautizos y se presenta una familia con tres o cuatro hijos que han llegado tarde porque vienen andando, empiezas otra vez la celebración para bautizarlos y la gente se queda. Es totalmente diferente a cómo se vive en España, más cómodos y acelerados. Nos dan lecciones de fe, de alegría, de espontaneidad, y eso como sacerdote te enriquece mucho. Nos abren su vida, su corazón, su casa.
– ¿Sabes cuánto tiempo te queda en Perú?
Realmente no, voy ahora ya por el tercer año. Sé que el Obispo quiere que pasen por allí más sacerdotes. Yo sustituí a un compañero que estuvo dos años y Paco Delgado a otro que estuvo cuatro años. Es duro por las distancias con la familia, venimos solamente una vez al año, estoy aquí un mes, y lo noto sobre todo con mis sobrinos, que van creciendo.
– ¿Y tus padres cómo lo llevan?
Bien, mis padres siempre me han enseñado a hacer la voluntad de Dios y a entregarse uno a lo que hace. Estoy seguro que ellos oran más y con su oración me están ayudando. Yo allí no estoy solo, estoy arropado con todos los que están orando de Fuente Palmera, Lucena, etc. Sé que hay mucha gente rezando por la misión de Picota y eso es lo que nos da fuerza.
– Por último, ¿te ves en un futuro haciendo otra misión en un sitio diferente?
La verdad es que no me lo planteo. Iré a dónde el Señor me mande a través del Obispo. Europa también es tierra de misión. Aquello es un bosque de árboles y esto es un bosque de cemento. No sé si es más duro humanamente ser cura en Córdoba que en Perú, porque aquí hay más frialdad respecto a la fe, e incluso te da pena ver odio contra la fe y por qué, si el Señor desde la cruz sólo enseña perdón y amor. En definitiva, yo quiero vivir haciendo lo que Dios quiere y eso me da paz. Nadie es imprescindible, los curas pasamos y quién permanece es Dios.