La iniciativa, que parte del taller de reminiscencia que la asociación de mayores está realizando actualmente, aporta una serie de documentos, fotografías y relatos de los mayores de Silillos que se han remitido al consistorio colono para que se estudien y se pueda recuperar parte de la historia de los sililleros y sililleras de los años 50.
Os dejamos uno de los relatos que se aporta para su recuperación:
La escuela, la iglesia, la fuente y los lavaderos, se solía decir que eran lugares imprescindibles para conformar los pueblos en los años 50 del siglo pasado. Con el paso del tiempo se han conservado las iglesias, las escuelas y algunas fuentes, pero ¿qué pasó con los lavaderos de los pueblos?; estos han ido perdiéndose a lo largo de los años, ocurriendo también en muchos de los pueblos de la Colonia de Fuente Palmera.
Hoy, gracias a las aportaciones de las personas mayores de Silillos, se presenta un dossier con la información suficiente sobre el lavadero de Silillos. Además se aportan fotografías y algunos relatos recogidos del libro “Silillos, nuestro pueblo y nuestra gente en el siglo XX”.
Cuando aún no existía el agua corriente en las casas los lavaderos servían para facilitar a las mujeres el lavado de la ropa aprovechando el discurrir del agua de fuentes y arroyos. Unas pilas de piedra o de cemento eran suficientes para reunir a las mujeres en una labor que les servía, además, como encuentro y distracción. No en vano pasaban horas dedicadas a estas faenas.
Pero, tertulias aparte, lavar la ropa a mano era una tarea dura que implicaba pasar frío en invierno y calor en verano. En invierno, el agua casi helada congelaba unas manos que a menudo sufrían de sabañones. En verano, las mujeres cargaban con cestos o barreños llenos de ropa a pleno sol, normalmente por las cuestas de la calle La Fuente y la Calle Fuente Palmera, pues el lavadero estaba situado en la zona baja de Silillos.
Era muy común utilizar un jabón casero a base de sosa bastante agresivo para la piel y el proceso de lavado duraba horas, pues se realizaba en distintas fases de mojado de la ropa, aclarado y secado. Era muy importante mantener el orden para no impregnar el agua de las pilas de aclarado con jabón y suciedad.
Antes de que se construyera el lavadero, iban a lavar al arroyo o también a algunos pozos que disponían las casas del pueblo; en algunas de estas casas se compartían los pozos (pozos medianeros). También había muchos manantiales por el campo cercanos a Silillos que servían en ocasiones para lavar la ropa, como la “Fuentecilla” o el que se encontraba en el cerro de Ramón.
Años después, se hicieron unos pilones lavadero junto al pozo que está situado en el margen del arroyo al final de la calle La Fuente y dos pilas de piedra al otro lado del Pozo. También se construyó, de ladrillo y cemento, un pilón para dar de beber al ganado. Este lavadero se utilizó hasta que metieron el agua en las casas y fue entonces cuando se construyó también un par de fuentes con un grifo para los vecinos que todavía no disponían de agua potable. Una de estas fuentes estaba en la Plaza Real, que desaparecería años más tarde, y otra de estas fuentes de agua potable en la acera de la calle Cipriano Aguilar, al principio de la calle, esquina con la calle Écija, que a díade hoy se conserva en no muy buen estado.
“Para lavar por el método antiguo se empleaban muchas horas, pero compensaban los buenos ratos de charla, contando chismes, dimes y diretes o canturreando coplas con nuestras vecinas”, nos cuentas las vecinas de Silillos.
El proceso de lavado comenzaba con mojar la ropa, que consistía en dar jabón y restregar las prendas. Una vez restregada y quitada la primera suciedad, se aclaraba un poco y se volvía a dar jabón y restregar por segunda vez la ropa bien escurrida. Generalmente se colocaba una piedra lisa al lado del lavadero y se iban colocando las piezas ya restregadas una encima de la otra, haciendo un montón. Cuando se había acabado de mojar toda la ropa, se volvía a dar la segunda jabonada y se iban poniendo en un cubo.
Para quitar el jabón, se volvía a restregar y aclarar bien la ropa. En ocasiones el agua se mezclaba con ceniza, que hacía la función de lejía o desinfectante y se dejaba un buen rato en reposo. A las prendas blancas también se les metía una vez aclaradas en un cubo con agua y azulina para que quedase más blanca. Acabado el aclarado se tendía la ropa en las junqueras y arbustos que se criaban al lado del arroyo y se dejaban secar para luego recogerla.