Al terminar la semana, aparte de tener un bonito bronceado y muchas cosas que compartir con sus amigos, algo se había grabado en ellos.
José volvió a Navarra, su lugar de origen y lugar de residencia habitual, y Andrea intentó seguir disfrutando un poquito más de esas vacaciones de verano que tanto solía aprovechar.
La vuelta a casa, siempre llena de recuerdos, supuso para José un poquito de tristeza, ya que se había quedado muy “pillado” por aquella “pecosilla” de no más de 15 años. Le parecía que ese recuerdo se iba a prolongar en su cabeza durante mucho tiempo, y creía que agarrarse a aquello le haría seguir notando el contacto que habían tenido durante esos días tan especiales.
Andrea, por su parte, seguía bajando a la playa, bailando en las terracitas de los locales y tomando helado con las amigas. Todo seguía igual, bueno todo menos la compañía de su “ojazos”, como ella llamaba a José.
En unas semanas todo volvió a la normalidad. Se acercaba el otoño y el instituto ocupaba casi todo el tiempo de los estudiantes. Y digo casi todo y no todo.
Las cabecitas de nuestros protagonistas estaban perdidas entre las olas y la sal. La arena y las caricias. Las risas y sonrisas….La música envolvía los recuerdos de los momentos nocturnos…
Un día, una llamada a la casa de Andrea llenó de luz la habitación, una luz provocada por la sonrisa tonta de ella, que al escuchar la voz de José no hacía más que sonreír de oreja a oreja.
José y Andrea hablaron durante horas, no más de lo necesario, si tomamos en cuenta que el teléfono era lo único que les acercaba. Charlaban y se reían con sus cosas, pero no encontraban la manera de despedirse y colgar.
Andrea comenzó a escribir cartas a Navarra, al principio una a la semana, luego llegó a escribir una al día, aunque no las mandaba hasta que aquello parecía un libro.
Su amistad especial parecía fuerte y duradera, pero lo que no sabía Andrea es que José sufría demasiado la distancia y no conseguía ser el mismo en su día a día.
Por cosas de la vida, o por la vida misma, cada uno por su lado comenzó a disfrutar de otras personas y otras vivencias. Las conversaciones, largas, daban para mucho…hasta que algo que uno dijo dio pie a una brusca despedida y un hasta nunca, pásatelo bien.
Andrea y José dejaron de hablar. Ella dejó de escribir extensas cartas. Cada uno vivió su propia vida, cada uno disfrutó a su manera…pero ya no como amigos, ya sin planes en común…
Cualquier verano, al regreso de las vacaciones, podríamos encontrar un montón de Josés y Andreas por ahí. Un montón de adolescentes enamorados de la sensación del amor. Un montón de cabecitas llenas de buenos recuerdos que desearían seguir disfrutando. Pero ¿puede durar para siempre un amor de verano?
Es evidente que puede suceder, pero también hay un gran número de historias que solo se quedan en eso, historias de verano para compartir con los amigos y sonreír cuando piensas en ellas.
Según los entendidos “el verano es época de enamoramientos, idilios que duran semanas, meses a lo sumo, intensos pero con fecha de caducidad. Y no siempre es fácil gestionarlos emocionalmente.”
“Todo indica que durante la estación estival el juego de muñecas de Cupido es más ágil, y la puntería de sus flechas mucho más afinada. El amor de verano no es sólo cuestión de cine o literatura. Es una experiencia vital que los psicólogos consideran importante para la madurez personal. De hecho, suele ser un amor especial por su brevedad, intensidad y por los buenos recuerdos que deja. Y aunque normalmente se trate de una relación con fecha de caducidad, existen muchos recursos para afrontar la despedida y aprovechar al máximo el idilio veraniego.”
Pero, ¿podemos hacer que el amor de verano se convierta en el amor de nuestras vidas?
Al menos podemos intentarlo. Primero debemos ajustar los horarios, es decir, hay que entender que las vacaciones han terminado.
Hay que retomar actividades. Volvemos a nuestra rutina y obligaciones, ya no todo es ocio y tiempo libre.
Reconocer qué expectativas tenemos en común con la otra persona y saber que lo real empieza desde ese momento. El cuento de hadas se acabó en la despedida.
No dejar de sorprendernos. Tenemos un aspecto distinto, un look diferente, incluso hablaremos de otros temas.
Descubrir facetas el uno del otro de la personalidad, hay que conocerse de verdad.
Encontrar el equilibrio entre tu vida, mi vida, nuestra vida.
La distancia a veces se hace insoportable, pero no lo es. Busca la parte positiva e inventa cosas que sorprendan. Consigue que esto sea una chispa en vuestra relación. Escapadas, llamadas, mensajes…deja volar tu imaginación y haz que la otra persona viaje contigo.
Y sobre todo no olvides ocuparte de tus propios asuntos. La otra persona también tiene vida propia, y no puede estar 24 horas al día pensando en ti.
Lo de mantener a raya las ideas irracionales y conservar el buen humor y el ánimo deben de ser parte de tu día a día, una relación a distancia hay que saber gestionarla emocionalmente o llegará a desaparecer.
Y si te acabas de agobiar con todo esto te diré una cosa.
“Lo que tenga que ser será”, “Si está de ser para ti, lo será”
Hay cosas que podemos controlar y otras que no. Hay vivencias que queremos repetir y otras que nunca más volveremos a encontrar, pero disfrutar del momento siempre será positivo, y si crees que has encontrado la persona perfecta para ocupar todas tus horas de sueño, lucha porque sea así aún en la distancia. Mientras vivas ese sueño será tu sueño, y al despertar quizás algún día te des cuenta que ese cuento se ha hecho realidad y se ha convertido en tu vida.
Sol, playa y amor a la luz de la luna. ¿Se puede pedir más?
Claro que se puede. Quiero que me acompañes.