Los que estuvimos allí -unas cincuenta personas con abrumadora mayoría femenina- estoy seguro que volveríamos a estar hoy, mañana, pasado…y muchos más días escuchando lo mismo. Porque se trata de una charla, como en muy pocos casos, que no aburre, sino que te absorbe, te deja embobado, te se hace corta, te deja con las ganas de saber más, de que el conferenciante siga. Y no sólo por el contenido de la misma, sino también por la forma de transmitirlo. Antonio Manuel Rodríguez es un gran comunicador, se nota que es profesor, y de universidad. Como si de sus alumn@s se tratara, se puso de pie delante de los asistentes, alejado de la mesa y los micrófonos que sirvieron para presentar el acto por parte del alcalde, Francisco Javier Ruiz, y del concejal de Cultura, Quique González, que resumió la biografía de Rodríguez. Natural de Almodóvar del Río, es Doctor en Derecho, profesor de Derecho Civil en la Facultad de Derecho de Córdoba, escritor, músico y conocido activista social, cultural y político, entre otras facetas, siempre vinculado a todo lo relacionado con Andalucía y su historia.
Es tal su experiencia y categoría que hasta para el tiempo de su exposición tuvo el detalle de preguntar al público. Cuando llevaba aproximadamente una hora de conferencia consultó cuánto le quedaba, porque por él y por el tema en cuestión seguiría hablando toda la noche. Acabó apenas veinte minutos después.
La ponencia no puede tener un mejor título: «EL ALMA OCULTA DE ANDALUCÍA. Para volver a ser lo que fuimos, debemos saber quiénes somos«. Resumiendo, Antonio Manuel Rodríguez expuso de manera clara y con ejemplos notorios de expresiones, términos, sonidos y costumbres cómo los andaluces y andaluzas tenemos impregnada la huella morisca de aquellos ochos siglos de presencia musulmana en nuestra tierra…y no lo sabemos lo suficiente. Precisamente, en la portada de su libro «La huella morisca» (Ediciones Almuzara, 2010) se puede leer «la huella arabo-islámica andalusí es innegable e indeleble en el alma hispana, por más que se hayan empeñado durante siglos en infundirnos lo contrario».
Criticó en reiteradas ocasiones que «la historiografía ha aplastado nuestra memoria…nos han quitado la historia de los libros de historia…se ha amputado la historia de Andalucía y no nos hemos dado cuenta…pero no van a poder modificar nuestra memoria…no nos pueden robar el alma ni el sonido…¿cómo es posible que ocho siglos políticos de historia de Andalucía estén metidos en una caja de zapatos y, por ejemplo, los cincuenta años que van desde 1900 a 1950 llenen millones de páginas…?». Y puso numerosos ejemplos, pequeños detalles en los cuales no nos paramos a pensar y que todos juntos van dando forma a su afirmación de que «nos intentan ocultar la verdadera historia de Andalucía». Por ejemplo, el término de nuestro río, el Guadalquivir, no aparece en el nombre de ningún pueblo andaluz; por contra, hay otras localidades españolas que llevan el nombre de los ríos Ebro, Tajo, Duero, etc. ¿Por qué el escudo de Córdoba en el siglo XXI sigue estando compuesto por leones y castillos como el de Castilla y León?.
Para Antonio Manuel siempre se ha tratado a Andalucía como un solar. “Vinieron los griegos y se fueron, vinieron los visigodos y se fueron…y así todas las civilizaciones, qué pasa, ¿que aquí no había nadie?…el mito repoblador es metafísicamente imposible”.
En este sentido, comentó la “casualidad” de que el descubrimiento de América, “que fue más bien una invasión o colonización”, se produjera en 1492, el año del final de la Reconquista y de la toma de Granada.
A ese punto es donde quería llegar con toda su reflexión, porque a partir de que se produjo la expulsión de los judíos, primero, y de los moriscos después, los reinos cristianos que se hicieron con el control peninsular se dedicaron a intentar eliminar tajantemente todo lo referente a la cultura musulmana. Su tesis es que la expulsión fue un fracaso, un trauma terrible que convirtió a España en un enfermo mental con un insufrible complejo de personalidad, pero un fracaso como intento de extirpamiento de todo rastro de la diferencia. Los descendientes de aquellos moros o marranos, más españoles que muchos de los católicos que los expulsaron o convirtieron a la fuerza, fueron quienes custodiaron sin saberlo la memoria sensorial del exilio interior que padecieron sus padres.
Antonio Manuel se detuvo en dos ámbitos de honda trascendencia para nuestra tierra como son la Semana Santa y el flamenco, donde la influencia musulmana es evidente y más profunda de lo que podríamos imaginar. Entre los ejemplos palpables, las novias musulmanas eran portadas en tronos por varios hombres y a su paso por las calles les tiraban pétalos; además, el atuendo y complementos de las vírgenes que procesionan en Andalucía es muy parecido a la estética de las novias bereberes.
Respecto al flamenco, defiende la tesis de que proviene de la palabra árabe felag mengu, que significa campesino errante, es decir, los moriscos que se resistieron a la expulsión y huyeron al monte, donde empezaron a surgir las melodías relacionadas con el dolor, el sufrimiento, la clandestinidad, etc. Además, muchos de sus términos provienen del árabe, como saeta, seguiriya, farruca, etc.
En definitiva, Antonio Manuel Rodríguez reivindica la herencia de los moriscos en la región andaluza, una huella que ha mantenido sin saberlo y que ha tenido que rechazar a consecuencia de persecuciones inquisitoriales. Defiende que la mayoría del pueblo judío y morisco no se fue y tuvo que disimular su supervivencia, un disimulo que a su juicio sobrevivió una par de generaciones, pero la huella permanece y su mejor ejemplo es el flamenco, el ay y el ole. El pueblo generó mecanismos de defensa disimulando lo que es o exteriorizando lo que no es, de manera que parecer musulmán o judío durante más de cinco siglos de nuestra historia era una cuestión de vida o muerte. Y citó varios ejemplos más de dichos mecanismos, como el hecho de que se limpie la casa los sábados para no parecer judíos, que en el ‘sabbat’ no pueden hacer nada; el consumo de cerdo tan desproporcionado en las sierras andaluzas donde hubo presencia morisca; tomar tapas con el vino, diciendo así públicamente que no se es musulmán; o la exaltación en Semana Santa a las imágenes, cuando un judío no puede venerar las imágenes.
Al final de la conferencia, el Ayuntamiento obsequió al escritor y jurista, como no podía ser de otra manera, con un lote de libros.